Ahora que todos coinciden en atacar al reggaeton y se polemiza sobre el tema es bueno que los acuerdos vayan por buen camino y no excluyan lo valedero

Si tu cuerpo pide reggaeton… dale reggaeton, pero con control
Tras el mostrador de cualquier tienda, en la cafetería, en las guaguas, en la barbería, en la calle, en la cola del pan… siempre hay un papelito que anuncia, con frases espeluznantes, un concierto de alguien con nombre e imagen todavía más aterradores. Mientras más agresiva sea la pose y las palabras para atraer las masas, mejor. Luego, cuando se concreta el encuentro, no hay freno…
Ahora que todos coinciden en atacar las canciones de reggaeton y se polemiza sobre el tema es bueno que los acuerdos vayan por buen camino y no excluyan lo valedero. Hay que tener claro qué combatir y qué fomentar.
Es indudable que las nuevas melodías y movimientos desafían las costumbres, las “buenas maneras”, las mismas que antaño le hicieron frente a otros ritmos, considerados en su época quebrantadores del sueño, por revolucionar la manera de expresarse y hasta de moverse; pero la cuestión no está en asumir posturas de desprecio como aquellas que tomaban los grandes señores y señoras de la clase esclavista, cuando desde las casonas escuchaban el sonido de los tambores venido desde el barracón.
Lo cierto es que el reggaeton tiene que ver más con nuestra idiosincrasia de lo que muchos quisieran, está relacionado con la sonoridad caribeña de la cual formamos parte, es por eso que, sin querer nos atrapa y desvela. Aún cuando se nos ponga la carne de gallina al escucharlo, de vez en cuando nos descubrimos tarareándolo o siguiendo la cadencia de su ritmo con el pie. Sobre todo, en aquellas melodías donde la picaresca y el doble sentido está presente de forma velada y artística, donde todavía, por suerte, reina la buena metáfora y el sabor de lo cubano. Escuchar, por citar un ejemplo, una canción de Kola Loka, con el compás del órgano oriental de trasfondo, y una letra que despierta sonrisas y mueve a la alegría, no deja de ser gratificante.
También es una certeza que la violencia, la vulgaridad y las actitudes negativas no son únicas del reggaeton, sino una triste realidad que no escoge géneros musicales, puede estar en la letra de canciones de salsa, timba, o hasta en un buen bolerón. O es que no recordamos las letras de algunas viejas canciones que eran para sucumbir… “al verla con su amante a los dos yo los maté, por culpa de esa infame, moriré”…
En Cuba gusta el reggaeton, oponernos a esa música es negarle a los jóvenes el ritmo que marca su época —recordemos cómo fueron criticados en su momento los que seguían ciertas melodías—. Quienes lo escuchan pudieran ser hermanos, hijos, sobrinos o nietos, nadie escapa. De lo que se trata es de potenciar las propuestas musicales de ese u otro género que valgan la pena y negarles la entrada a la chabacanería, la vulgaridad y la violencia, vengan de donde vengan.
El propósito está a la vista de todos: evitemos que la imagen de nuestros jóvenes se parezca a la que exhiben los anuncios de esos papelitos…