foto: Cortesía del artista

Todas las artes, todas

Ingrid González Fajardo | 16/FEB/2015

Eduardo Córdova narra su acercamiento a la música y al tallado de tambores

Eduardo Córdova es uno de esos hombres que va por la vida queriendo acaparar todo el tiempo posible. Tan multifacético, ha fusionado la docencia, las artes plásticas, la escultura, la música, la danza y, por supuesto, su gran pasión: la psicología.

“Mi papá siempre quiso que fuera músico, aunque toda la vida me ha gustado la psicología. Prácticamente me impusieron el estudio del violín, sin gustarme, y a los pocos años lo abandoné”.

Los primeros pasos

Cuando tuve la oportunidad de estudiar psicología tampoco se pudo, pues ese año no llegaron las plazas. Pero en la Escuela de Instructores de Arte daban la posibilidad de entrar con más edad de lo normal. Fui, hice la prueba y aprobé. Me gradué y los primeros expedientes los enviaron para la Banda del Estado Mayor. Allí me hice profesor del Centro Nacional de Enseñanza Artística y comencé a impartir clases de percusión en la misma banda.

Posteriormente, trabajé en diferentes agrupaciones como batería, pero siempre me ha gustado la docencia y no lo pensé dos veces. La Escuela Elemental de Música "Paulita Concepción" me abrió sus puertas y allí fui el primer profesor que trabajó la percusión con los niños. Todos mis alumnos fueron premio de Percuba, de La fiesta del Tambor; ahí me di cuenta del potencial que tenía con la enseñanza y me enamoré de ese trabajo.

En “Paulita...” me di cuenta de que un percusionista debía saber confeccionar una maraca, un tambor, nuestros instrumentos. Con mis pocos conocimientos en la talla de madera realicé mi primer tambor, pero me quedó todo ahuecado, las personas hasta se reían. Y entonces, le di lija, forma, pero lo dejé tirado en casa. Cuando se abrieron las posibilidades para que los artesanos vendieran sus propios artículos me pidieron cosas de percusión y les di mi tamborcito.

A la semana me pidieron cinco más de ese modelo. Así repliqué la forma y me quedé con el original; esto no solo me abrió las posibilidades económicas, sino que me abrió la visión a la estética de los tambores y empecé a trabajar los rostros. Entonces leí varios textos de Fernando Ortiz y busqué personas que conocían de talla en madera. Comencé a trabajar mis propias creaciones, desde mis sueños.

Al salir de la escuela elemental me dediqué a crear un set de percusión que representara mis intereses. De ahí salió el Tambor de Siete Bocas.

Siempre la música

Luego, fundé mi grupo Obbara, donde fusionaba la música afrocubana desde lo tradicional con lo contemporáneo. Y entonces empezó una lucha con dos musas: la musical y la artística, que me reportaba económicamente. Abandoné la artística para dedicarme por completo a la música.
La escultura y la pintura se mezclaron en mí y funcionó bien, pues estuve casi una década exponiendo en varios festivales europeos.

En 2008, cuando regreso a Cuba, me hablan de una compañía de baile español que necesitaba un músico. Le hice unas pruebas a las muchachas y vi que tenían tremendas condiciones para la percusión; se me abrió el espectro y pensé que este sería un laboratorio para todas mis ideas.

Les dije: “no prometo nada, trabajaré con ellas y veremos qué pasa”. El experimento se convirtió permanencia y me quedé trabajando fuertemente con la directora Liliet Rivera en lo que es ahora Havana Compas Dance: una combinación de la danza con el dominio de la percusión.

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